Mis queridos, lectores:
Ha pasado tiempo desde que escribí mi última entrada.
Eones, casi. Pero como sin duda sabrán, han acontecido algunas vicisitudes que me han cambiado la vida. Digamos que la antigua
maison Cocotte fue pasto de las llamas tras una desastrosa barbacoa (siempre me pareció que celebrarla aquel día de viento era una pésima idea), que la muy fiable, sólida y respetable sociedad financiera suiza en la que trabajaba –y que a la postre era la encargada de sufragar los gastos de nuestra pequeña mansión, servicio y demás– resultó no ser tan fiable, ni tan sólida. O al menos no lo era la moralidad del gerente, que a estas horas debe estar gozando del sol y del marisco en alguna playa de las Antillas. Espero sinceramente que se atragante.
El caso es que una cosa llevó a la otra y esa otra a otra más. Y como la vida a veces es como un cesto de cerezas, un día me encontré con una nota encima de la mesa de la entrada de la casa de invitados. Ponía:
“Cher, me fugo con Xabier. Un gros bisou”. El tal Xabier era un fornido muchachote del
Biarritz Olympique al que conoció durante la infausta barbacoa, por lo que supe después. Las barbacoas son el mal. En fin, supongo que así es la vida.
Como supondrán ustedes, después del incidente de la nota no me quedaban demasiadas ganas de permanecer como único habitante de la otrora deslumbrante
maison Cocotte, ahora prácticamente reducida a un puñado de ruinas (eso sí, muy bellas aún). Así que recogí mis enseres y me trasladé a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Podríamos decir que es coqueto y recogido, aunque la primera vez que lo vi simplemente pensé que era pequeño. Y sin ascensor. Y sin servicio.
Tampoco es enteramente mío. Tras comprobar de primera mano la actual tendencia alcista de los alquileres, me vi obligado a optar por buscar un piso compartido. Es lo que pasa cuando uno no dispone de recursos económicos suficientes: tiene que adaptarse. Afortunadamente, los
Cocotte somos una familia antigua y sabemos que estas cosas pasan. Sobre todo porque disponemos de los diarios del tío
Maurice Cocotte, que se convirtió en experto en vaivenes monetarios tras una serie de catastróficas desdichas durante el Segundo Imperio.
Tras una exhaustiva búsqueda en el diario local, encontré un anuncio que parecía perfecto:
“Se busca inquilino para compartir piso. Preguntar por Mlle. LeChat. 49, Rue du Tonneau”. Así que me terminé mi café, agarré mi maleta, me armé del legendario valor de los
Cocotte y puse rumbo al principio de una nueva vida.
Cuando llegué a 49 de la calle du Tonneau ya eran las seis de la tarde. La portera del edificio apenas levantó los ojos de su lectura cuando le pregunté por el piso en el que alquilaban una habitación. Masculló algo así como
“trcro c”, pero me pareció prudente no insistir en mi consulta, dada la natural simpatía de la señora, decidí que lo mejor sería dirigirme silenciosamente al ascensor y... Y nada, porque la finca carece de ese aparato. Así que me vi obligado a ascender lastrado por mi maleta los tres pisos. Cuando llegué al tercero C, no sin que mi frente se perlara de sudor a pesar de mi proverbial estado de forma, llamé al timbre.
Me abrió la puerta una elegante señorita menuda, morena, cuyos enormes ojos negros se vislumbraban tras unas grandes gafas de pasta que descansan prodigiosamente sobre su pequeña nariz.
- “Hola, soy Chantal. ¿Vienes por lo de la habitación?”.
Me había tratado de tú. A mí. ¿A mí? Me resultó extraño.
- “Mmmm, sí. Esa era la idea cuando entré por la portería. Pero ahora lo veo todo como borroso”, respondí.
- Pasa, pasa. Te enseño la casa y decides.
No soy un experto en indumentaria japonesa, pero juraría que lo que llevaba puesto era un fabuloso yukata corto en algodón azul, con dibujos de flores de cerezo. Pensé que debía ser cómodo. Porque desde luego sentarle, le sentaba bien. Apenas mostraba la parte inferior de sus piernas y sus muñecas, que al moverse parecían rodeadas de un mar brillante y limpio. Eso, junto con la suavidad de sus movimientos, resultaba hipnótica y felinamente elegante.
La casa me pareció coqueta; la habitación, más que correcta y el alquiler, muy asumible, así que nos pusimos de acuerdo rápidamente en los detalles. Habitación con derecho a cocina y tareas repartidas. No tenía ni idea de lo que significaba eso, pero estaba demasiado cansado como para andar con menudencias.
- Bueno, te dejo que deshagas la maleta. Yo tengo trabajo que entregar mañana y debo acabarlo. ¡Ya nos veremos!
Se fue donde quiera que se fuese y me dejó en mi habitación. En ese momento creo que el legendario valor de los Cocotte debió flaquear un poco porque sentí cómo se me encogía el corazón y una tímida lágrima corrió por mi cara.
***
A la mañana siguiente, tras asearme como debe hacerlo un caballero formado en un colegio suizo, me dirigí a la cocina con el ánimo de prepararme una taza de café y me encontré un plato con unas misteriosas bolitas y un tozo de bizcocho. A su lado había una nota.
Dada mi experiencia anterior con este tipo de comunicación, al principio me temí lo peor. Que mi casera se hubiera fugado con un técnico de barbacoas o algo así. Pero no. Simplemente decía:
“Perdona que anoche te dejara así. Tenía que entregar unas cosas en la editorial a primera hora e iba pilladísima. En compensación te dejo unos mochi y el último trozo de mi bizcocho secreto. ¡¡Que los disfrutes!! Esta tarde no te vayas, que te tengo preparada una sorpresa. Shhh...”.
Reconozco que esa muestra de entusiasmo a primera hora del día al principio me impactó, pero aún así, ya taza en mano, decidí probar el contenido del platillo. Los mochi no estaban malos, aunque su maridaje con el café era discutible, pero el bizcocho... Sin duda era el mejor bizcocho de chocolate que he probado jamás. Lo de la sorpresa es lo que más me atemorizó.
***
Pasaron las horas, las nubes por el cielo, la gente por la calle y todas esas cosas que acontecen mientras cae la arena del reloj. No estuve ocioso, obviamente. Me dedique con más esfuerzo que beneficio a buscar empleo lo más activamente que fui capaz: bajé al café y ojeé la prensa local detenidamente. Tanto que en un determinado instante comencé a notar cómo las punzantes miradas del camarero impactaban en mi nuca. En ese momento, y como los
Cocotte tenemos un sexto sentido para saber cuándo no se nos aprecia en un sitio, decidí que lo mejor era levantarme y volver a
La Tanière, que me pareció un nombre de lo más apropiado para mi nuevo refugio.
Al abrir la puerta, sentí que el olor caldo de pollo llenaba la casa. No era muy difícil dadas su dimensiones, pero resultaba agradable. Pasé a la cocina y allí estaba Mlle. LeChat rodeada de ollas, fideos, aceite de sésamo y otro montón de cosas menos identificables.
- Hola, ¿ya has llegado? Estoy haciendo ramen. ¡Espero que te guste!
- Oh, gracias. Dije yo pensando que nunca había oído hablar de eso e intentando que la extrañeza no se reflejara en mi rostro.
- Siéntate, ya casi está.
Al poco rato, Mlle. LeChat apareció en el salón con dos enormes tazones repletos de una especie de sopa densa y llena de ingredientes que olía a hogar. Y con palillos, que son el equivalente para mí a tener las manos atadas. Sin embargo, la mesa estaba dispuesta con refinamiento oriental y eso me llegó al corazón. Mi casera no sólo era una joven de exquisitas maneras en el vestir. También era refinada en lo que a la mesa se refería. Y eso a un
Cocotte le llega muy dentro.
Durante la cena,
Mlle. Le Chat desveló varios misterios: que era ilustradora y siempre andaba con encargos de última hora, que había estudiado en Japón durante un tiempo... Yo le conté un poco de la historia de mi vida, incluido el
affaire del rudo muchachote y la nota, y terminamos abriendo una botella de Beaujolais para brindar por el futuro.
Al final de la velada, con el aroma a jengibre y miso aún presente, me dio la impresión de que todo empezaba a encajar.
[
La receta que da sentido al texto es de Naza Escobar, que me ha obsequiado preparando este delicioso plato un par de veces (y espero ansiosamente que sean más). Así que todo el mérito es suyo. Si hay algún error en la transcripción, es mío.].
RAMEN
Dificultad: más fácil que aprender japonés.
Ingredientes:- 800ml de caldo de pollo.
- 10gr de ajo picado.
- 10gr de jengibre rayado.
- 2 cucharadas soperas de miso blanco (a mi me gusta mas el rojo por el sabor).
- 2 cucharadas de sésamo.
- 1 cucharadita de salsa de soja.
- 1 cucharadita de aceite de guindilla (si os gusta mas picante añadid más, pero no os paséis porque es muy potente).
- 2 cucharaditas de azúcar.
- 2 paquetes de fideos especiales para ramen.
- 1 lámina de alga Nori.
Para el topping yo he elegido: - Un manojo de cebolleta
- 3 huevos cocidos
- Carne picada
¿Dónde conseguir los ingredientes? - El caldo de pollo (si no lo queréis hacer vosotros) lo podéis encontrar en cualquier supermercado. A mi personalmente me gusta el caldo de la marca Aneto.
- El jengibre lo podéis encontrar en fruterías o grandes superficies, recordad que es raíz de jengibre.
- El miso es un poco mas complicado. Lo podéis encontrar en herboristerías, pero os costará un riñón y parte del otro. Yo os recomiendo buscar alguna tienda de productos asiáticos y comprarlo alli.
- Los paquetes de fideos de ramen, yo los compro en el Corte Inglés o en una tienda asiática.
- El alga nori ya se puede conseguir en casi cualquier sitio (Corte Inglés, Mercadona...).
Preparación:
1 Calentamos en un cazo el caldo de pollo con el jengibre rallado y el ajo. Cuando comience a hervir lo apagamos.
2 Metemos el miso en un colador y lo remojamos en el caldo mientras le damos con la cuchara para que se vaya deshaciendo. Lo hacemos poquito a poco para que no queden grumos en nuestro caldo.
3 Mezclamos en un mortero el sésamo. el aceite de guindilla, la soja y el azúcar. Se mezcla todo muy bien y se reparte equitativamente entre todos los boles que vayamos a servir. Esto le dará un toque delicioso a nuestro ramen.
Topping
4 Cortamos muy fina la cebolleta y la pochamos en una sartén.
5 Los huevos son un poco más elaborados. Preparamos un bol grande con agua y hielo. Cocemos los huevos exactamente 6 minutos, porque queremos la clara cocida y la yema poco hecha. En cuanto pasen los seis minutos, los sacamos de la olla, los metemos en el bol con agua helada y los dejamos reposar durante 20-30 minutos. Para servir los cortamos por la mitad a lo largo (cuidado con la yema, que tiende a la destrucción).
6 Salpimentamos la carne picada al gusto y le añadimos un poco mas de sésamo. La salteamos en la sartén hasta que esté hecha.
Noodles (Fideos)
7 Calentamos la sopa y cocemos la pasta en otro cazo. Mientras se cuecen, colocamos la sopa en nuestros boles, donde habremos colocado una tira de alga nori. Los noodles van separados en cuadraditos- La cantidad por persona es de un cuadradito y medio.
8 Escurrimos los noodles y los introducimos en la sopa 9Colocamos el topping.
¡Y nuestro Ramen está listo! Cuidado, que quema mucho. Espero que os guste.
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